Glup

Richard Morris, profesor de Neurociencia de la Universidad de Edimburgo, interesado en la memoria de los roedores, llevó a cabo en su laboratorio un experimento que constaba de dos pruebas consecutivas. Previamente había escogido al azar dos docenas de conejillos de Indias o cobayas. En la primera prueba introdujo la mitad en un estanque de agua enturbiada con un poco de leche, para que no vieran unos cuantos montículos que había colocado en el fondo. Éstos eran los cobayas “con suerte”, porque mientras braceaban para flotar se podían apoyar y descansar temporalmente en los promontorios ocultos antes de proseguir su marcha en busca de una salida. A la otra docena de cobayas los metió en un estanque de aspecto similar pero sin montículos. Estos conejillos “desafortunadosno tenían más remedio que nadar sin descanso para no ahogarse. Después de un buen rato, Morris sacó a todos los exhaustos animalitos del agua para que se recuperaran.

A continuación, el investigador echó a los veinticuatro cobayas a un estanque de agua, también enturbiada con leche, sin isletas donde descansar. Mientras los cobayas del grupo “con suerte” nadaban a un ritmo tranquilo, el grupo de cobayas “desafortunados” chapoteaba desesperadamente sin rumbo. Justo en el momento en que las puntiagudas narices de los agotados conejillos de Indias desaparecían bajo el agua, Morris los rescató de uno en uno y, después de apuntar el tiempo que habían nadado, los devolvió a sus jaulas extenuados y probablemente sorprendidos de estar vivos.

Cuando Morris calculó los minutos que los cobayas se habían mantenido a flote, descubrió que los del grupo “con suerte” habían nadado más del doble de tiempo que los “desafortunados”. Su conclusión fue que los conejillos “con suerte” nadaron más tranquilos y durante más tiempo porque recordaban las invisibles isletas salvadoras de la primera prueba, lo que les motivaba a buscarlas con la “esperanza” de encontrarlas. Por el contrario, los cobayas que durante la primera prueba no habían encontrado apoyo alguno, tenían menos motivación para nadar y hasta para sobrevivir.

¿Y por qué te cuento esto? Pues porque estas mismas conclusiones son extrapolables a las personas.

Aquellas personas que experimentan en su día a día que tienen espacios en los que se sienten seguros, que sienten que pueden confiar en algo (o en alguien), son personas que afrontarán las situaciones difíciles con mayor serenidad, resistencia y por ende con mayores posibilidades de salir de las mismas de una forma lo más favorable posible.

Por el contrario, las personas sumidas en la desesperanza, resignadas, que sienten que no tienen nada que hacer, afrontarán esas mismas soluciones de forma muy diferente, y posiblemente con peor resultado.

 

Lo triste es que este segundo grupo no tiene necesariamente menos capacidad o recursos a su alcance. Son sus creencias y su actitud son un lastre demasiado grande.

Como líderes, en nuestros equipos, en nuestras familias, en nuestras aulas, etc… debemos procurar generar experiencias en las que las personas que nos rodean, aún estando en el agua, sientan que tienen tierra bajo los pies. Que sepan que tienen espacios donde apoyarse y descansar, tomar impulso, desde donde construir.

Y esas experiencias poco tienen que ver con los recursos técnicos o con espacios físicos. Esas “isletas” son principalmente relaciones.

Las relaciones que seamos capaces de crear y de fomentar con y entre las personas que nos rodean.

Esas relaciones nos permitirán afrontar cualquier circunstancia con las mayores garantías de éxito.

Así que a tí, líder, te pregunto: ¿Cómo gestionas y fomentas estas relaciones? ¿Qué montículos estás creando para que todos podamos nadar con confianza?

3 respuestas a «Glup»

  1. Gracias, Joan por tus reflexiones.
    Venimos de una cultura que predica cosas cómo: “a fuerza de hacen los hombres” “has de aprender a valerte por tí mismo”, etc. Padres que piensan que has de hacerte duro y “aprender a nadar sin isletas”. Dar apoyo, confiar en nuestros hijos, amigos y colaboradores, amar con convencimiento y compromiso, escuchar y aprender de la gente que nos rodea, es una forma de liderar desarrollando liderazgo.
    Y aunque la última batalla siempre la perderemos, mejor estar en el bando de las ” cobayas con suerte” 🙂

    1. Ofrecer algunos pasos para gestionar este apoyo a los Equipos en todos sus hambitos desde el futuro que emerge, es un modelo que ayuda con el acompañamiento teniendo como base la escucha; cuando conocemos a cada socio, amigo, compañero, colaborador o miembro de la familia estamos dispuestos a caminar juntos descubriendo en el trayecto las habilidades que se requieren para el proceso que cada quien debe transitar.
      Es una gran responsabilidad de liderazgo consciente impulsar a las nuevas generaciones al llamado de ser autosuficientes y emprender sus propios viajes. Gracias Joan tu artículo me ha puesto a pensar sobre esta importante reflexión. Felicidades 🙌

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